El gualicho
Sandra era una típica adolescente, canchera, mal humorada, y solo
preocupada por las cosas triviales de la vida, de su vida. Entre esas
preocupaciones no se encontraba el de ocuparse de su hermana más pequeña.
Sin embargo aquel jueves su madre debía asistir al médico, y no había otra
opción que Sandra para hacerse cargo de la pequeña Delia.
Cuando el reloj dio las cinco la adolescente ya no toleraba más a su
hermana que no paraba de llorar, hambre no tenía, los pañales estaban limpios,
la colocaba en la cuna y aún continuaba lloriqueando y no se quedaba quieta.
Nada parecía calmarla. Por lo tanto decidió ponerla en el cochecito y sacarla a
pasear, quizás el aire libre la apaciguaría.
Caminó un buen rato sin dejar de empujar el carrito, pero la bebe no se calmaba.
Ya lo había intentado todo y estaba fastidiada por la situación.
-¡¡¡¿Qué?!!! ¡¡¡¿Qué demonios es lo que queres?!!! –le gritó perdiendo el
control.
Pero lo único que logró es alterar más a la niña. Comenzó a maldecir y
gritar al aire. Las personas que por allí transitaban no podían creer lo que
veían. Una de esas tantas se detuvo y miro a Sandra.
-¡¿Qué mira?! –preguntó molesta.
-Un castigo ejemplar necesitas –la señalo con un dedo –y en diez días los
tendrás.
Luego miró a la bebe le sonrió e inmediatamente esta se calmó. La mujer se
retiró sin decir una palabra más.
-Desquiciada –exclamó Sandra, y viendo que su hermana se había
tranquilizado regresó a su casa.
El resto del día transcurrió normal, pero llegada la noche sintió un gran
cansancio y pesadez en los ojos que lo asoció al paseo de la tarde. Se retiró a
su habitación y ni bien se acostó se durmió profundamente. Ala mañana siguiente
cuando despertó se sentía distinta, rara, su cuerpo estaba raro, más pequeño.
Tardó varios segundos abriendo y cerrando los ojos hasta que estos se
acostumbraron a la claridad de la mañana. Miró la habitación, era la suya de
eso no había dudas, pero estaba distinta tenía un aspecto más infantil.
Se levantó casi de un salto de su cama y se miró en el espejo, ya no tenía
dudas se había rejuvenecido. Calculaba que debía tener unos cuatro o cinco
años.
-¡¿Qué rayos me pasó?! –balbuceó tocándose la cara.
De repente sintió un frio que nacía en su entrepierna y cola, y se extendía
a sus piernas. Se observó el camisón de dormir estaba todo mojado al igual que
su ropa interior, mientras que en la cama, en medio de las sabanas, había una
gran mancha amarilla. Sandra recordó que a los cuatro años había tenido un
grave problema de incontinencia y ahora que mágicamente había vuelto a ser una
niña había regresado también el problema.
Desesperada por toda la situación solo se le ocurrió ocultar la evidenciase
movió la más rápido posible, comenzó por sacarse el camisón, pero antes de que
pudiera terminar ingresó a la habitación su mamá.
-¡Sandra! –exclamó la mujer.
-¡¡¡Sé que esto te parece extraño, pero amanecíasí y…!!! –quería explicarle
como había rejuvenecido por eso hablaba rápido y se trataba con sus propias
palabras.
-Sandra, para esto no hay explicaciones, nuevamente mojaste la cama.
-¿Qué? Eso es lo de menos…
-¿Lo de menos? Yo creo que no. Me habías dicho que ya no lo hacías pero me
doy cuenta de que no es así, que necesitas los pañales.
-¡¡¡¿Qué?!!! ¡No! ¡De ninguna manera!
-Por si no se dio cuenta no le estoy preguntando, señorita.
La mujer tomó a la pequeña del brazo la recostó sobre la cama y sin darle
siquiera una oportunidad le ajustó un enorme pañal después de rociarla con
talco.
-Y ahora vístete ya es tarde para el jardín.
-¡¡¡¿Jardín?!!!
-Sí, eso dije ¡Rápido!
La niña no protestó más, estaba pérdida, muy aturdida. No entendía nada,
había rejuvenecido, mejor dicho el tiempo había vuelto atrás, pero era obvio
que solo ella se percataba de eso. Se vistió con el infantil guardapolvo, del
jardín, que afortunadamente era lo suficientemente largo para cubrir el pañal,
mientras su madre se llevaba las sabanas y la ropa para lavar.
El día en el jardín fue peor de lo que pensaba, todo le resultaba tan
humillante y eso se le sumó que en un momento se agachó tanto pare recoger algo
que todos los niños pudieron verle el pañal, después de eso fue el centro de
las burlas y risas de toda el aula.
-Esto es terrible, terrible –se repetía a sí misma, ya a la noche acostada
en su cama -¡¿Qué fue lo que me ocurrió?!
Se quitó las sabanas, se subió un poco el camisón y contempló hipnotizada
su pañal. En todo el día había necesitado dos cambios, le era casi imposible
controlar su vejiga. Y a pesar de sus suplicas de no usarlo, su madre no le
había hecho caso y le había colocado uno para dormir, acusando estar cansada de
lavar sabanas y ropa.
Sandra no entendía nada, el tiempo había vuelto atrás y a pesar de
conservar sus recuerdos y su inteligencia de adulto, revivía todos los malos
momentos de su vida.
Los dos consecutivos días fueron similares, se despertaba todas las mañanas
con su pañal cargado y pesado, su madre la cambiaba poniéndole uno limpio y
luego derecho al jardín donde era el centro de las burlas debido a que usaba
pañales. Incluso en algunas veces se hacía pipi encima y las maestras debían
cambiarla.
El tercer día comenzó distinto, una incomodidad y un desagradable olor la
despertó. Intentó incorporarse pero el cuerpo no le respondía del todo,
entonces supo que algo nuevo había pasado. Miró a su alrededor nuevamente su
habitación se había modificado esta vez tenía el aspecto de un típico cuarto de
bebe.
-No, no. Que no haya pasado lo que estoy pensando.
Levantó la cabeza un poco para ver su cuerpo y con eso alcanzó para
confirmar su peor sospecha. Había retrocedido más en el tiempo, cuando era una
pequeña bebe.
La incomodidad y el mal olor tenían un mismo origen: un pañal cargado hasta
más no poder de popo.
-Esto es una tortura –se dijo a sí misma.
Quiso gritar pero se dio cuenta que no podía hablar, solo lograba
balbucear, y cuando intentó gritar para descargar su ira solo consiguió llorar
como una niña pequeña. Eso hizo que su rejuvenecida madre entrara a la
habitación.
-¿Qué pasa, mi amor? –exclamó con cariño maternal -¡Ah! me parece que
alguien se ensució y mucho –le miró la cola.
La sacó de la cuna la recostó sobre un cambiador plástico, allí la limpió
con toallitas húmedas íntegramente, le colocó una crema para impedir que se
paspe, y le puso un nuevo pañal. Mientras todo esto sucedía Sandra intentó
hablar y explicar a su madre lo que estaba sucediendo pero nuevamente solo
balbuceaba y se asemejaba más a una niña que quería jugar que a un reclamo de
atención.
-Ya que estas despierta ¿vamos a comer? –dijo su madre.
Se sentó sobre una silla mecedora con ella en brazos y le ofreció su pecho.
Sandra se resistió un poco, pero su madre la acercó. Al principio bebió un poco
de la leche materna y le parecía desagradable sin embargo comenzó a disfrutar
de aquella sensación de succión, le causaba un placer que no podía explicar y
que nunca antes había tenido, pero ello cuando ya no había más leche en un
pecho continuó con el otro. Terminado el desayuno su madre le dio ligeros
golpecitos en la espalda hasta que eructó.
Lo que siguió del día fue un paseo en cochecito por el barrio. Al principio
eso la puso de mal humor, que todos la miraran e incluso le hagan monadas para
jugarla, pero después de unos minutos ya lo disfrutaba, le encantaba pasear y
lo estaba haciendo, y lo mejor de todo es que la llevaban ni siquiera tenía que
caminar.
La tarde la paso entre juegos en su corral y largas siestas de las que se
despertaba húmeda y sucia. Esto de todo era lo que más le molestaba, pero como
todo lo anterior también se acostumbró, después de todo su madre siempre la
cambiaba lo más rápido posible, la perfumaba y la vestía con una muñequita.
Cerca de la noche llegaba el baño el cual también disfrutaba. No obstante todas
las noches comenzaba a pensar cómo hacer para que su cuerpo vuelva a la
normalidad
La octava noche desde su transformación justamente estaba intentando que un
plan se le ocurra cunado otra fugaz se le pasó por la cabeza.
-Y ¿si me quedara como un bebe para siempre? No es una locura –movió su
cabeza de un lado a otro intentando despejar su mente -¿O no lo es? Después de
todo no tengo las presiones de un adulto, no tengo que ir a la escuela, puedo
jugar y hacer lo que quiera todo el día, y todo lo que necesito lo hacen por
mí. ¡Está decidido será una tierna y linda bebita el resto de mi vida! ¡A
disfrutarlo! –decía siempre para sus adentros
El noveno día puso en marcha su plan y disfruto cada segundo de ser una
bebe. Tan feliz estaba que ya ni se preocupaba por sus pañales sucios o
mojados, había llegado a un punto que prácticamente lo disfrutaba y mientras
más tiempo pasara con él más la divertía.
Cuando la recostaron en la cuna a la noche estaba exhausta había
aprovechado cada segundo de aquel día. Con un pañal limpio y su colgante en
movimiento no tardó en dormirse.
Al despertar, por la luz del sol, estaba lista para un nuevo día de pañales
y juegos, pero algo había cambiado. Sentía que estaba seca y no estaba
recostada en una cuna, sino en una cama de adulto. Se incorporó rápidamente y
se miró en un espejo había vuelto a ser una adolescente.
-¡No! –se lamentó -.Justo cuando comenzaba a divertirme.
Con el ánimo por el piso bajó a desayunar, allí estaba su madre atendiendo
a su hermana más pequeña, con la misma ternura y dulzura que días anteriores le
pusiera a ella. Terminada la comida su madre le habló.
-¿Podes cambiarle los pañales a tu hermana? mientras yo lavó acá.
-Claro.
La alzó y la llevó hasta un cambiador.
-Tienes suerte –le dijo mientras le colocaba un nuevo pañal -.Me gustaría
estar en tu lugar, pero no creo que vuelva suceder, así que disfrútalo,
hermanita –le sonrió como jamás lo había hecho.
Después de diez días Sandra comprendió que le había sucedido, aquella mujer
del parque la había echado una maldición: “Un castigo ejemplar necesitas y en
diez días los tendrás” le había dicho. Allí entendió el castigo no había sido
el volverse un bebe, sino todo lo contrario, había sido que luego de probarlo y
disfrutarlo, ya no volvería a ser una bebita.
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