martes, 23 de junio de 2015

La fuerza de la amistad

Una vez escuché que la amistad entre el hombre y la mujer no existe. Yo puedo dar fe de que esto no es así, o por lo menos no en mi experiencia personal ¿Quieren saber porque estoy tan seguro? Por algo que me sucedió hace dos años atrás con mi amiga de toda la vida, Gisel.
Ella y yo somos amigos desde que tengo memoria, y ambos estuvimos en los momentos más significativos de la vida del otro. Por ejemplo fui testigo de su boda con Fernando un buen y trabajador hombre. También fui el segundo en enterarme que, después de un año, estaban esperando a su primer hijo. Y es precisamente en este punto dónde voy a comenzar mi relato. De aquella experiencia que vivimos y que hizo nuestra amistad más fuerte que nunca.
Al quedar embarazada Gisel tan solo tenía veintiséis años. Como toda madre primeriza estaba siempre muy nerviosa y miedosa de que algo le ocurra a su hijo. Tanto Fernando como yo la apoyábamos y alentábamos para que perdiera esos temores, pero lejos de ser así, aumentaron. Los primero tres meses temía perder al bebe o que este padezca alguna enfermedad. En el cuarto mes su preocupación se centró en que creía no estar lista para atender y cuidar bien del niño.
Pasábamos largas horas charlando de aquel tema, yo le decía que sus miedos eran normales pero que debía superarlos, pero evidentemente estos eran más fuertes y cada día que pasaba sus miedos crecían.
Una de esas tardes le dije:
-Sabes bien que en mí siempre vas a encontrar un amigo dispuesto a ayudarte en lo que sea, lo que sea –recalqué con énfasis.
Jamás pensé en lo que esa promesa podía deparar. Un viernes a la tarde, saliendo del trabajo, recibí un llamado de ella pidiéndome por favor que la visitara en su casa, que necesitaba de mi ayuda. Tomé un taxi y en cuestión de minutos estuve allí. Tomamos y café y entre otras cosas me mostró la que sería la habitación del bebe ya decorada y amueblada. Luego me explicó que Fernando por temas de trabajo estaría de viaje todo el fin de semana y que al encontrarse sola, sus miedos y preocupaciones aumentaban.
-Pero creo que encontré la forma de manejarlos –me explicó.
-Excelente y ¿cómo?
-Bueno mi mayor temor es no poder atender a mi bebé como corresponde. Pues bien creo que si desde ahora atiendo a uno tendré, mayor experiencia y eso me dará tranquilidad también.
-Me parece un muy buen plan. Lo que no logró entender es de dónde vas a sacar ese bebe.
-Bueno…  allí es donde entras vos y tú ayuda.
-No te logro entender.
-Mira esto que te voy a pedir sé que es difícil, de seguro lo más difícil que te pedí en mi vida, pero de verdad necesito que lo hagas.
-Está bien, pero si no me decís que es no puedo prometerte nada.
-Ok –tomó aire como si eso le diera el coraje necesario para pronunciar tan difíciles palabras -.Lo que necesito es… que este fin de semana te quedes conmigo hasta que vuelva Fernando y que en ese tiempo…actúes como si fueras un bebé.
Al principio no supe que decir, de lo único que estaba seguro era de que mi cara estaba roja como un tomate de la vergüenza. Después solté una nerviosa carcajada.
-¿Por qué te reis? –me preguntó incrédula.
-Porque es un chiste ¿verdad?
-No, de verdad te lo estoy pidiendo, es muy importante para mí.
-Entonces enloqueciste.
-No –me tomó del brazo al notar que mi intención era marcharme del lugar -.Dijiste que me ayudarías en todo lo que fuera necesario.
-Sí, pero no en esta… locura.
-No es una locura, si yo gano experiencia en cómo tratar a un bebé, me voy a sentir más segura.
-Pero no soy un bebé, soy un adulto.
-Lo sé, pero te pido que actúes como uno, por eso te dije que este era el favor más grande que te podía llegar a pedir.
-Supongamos que digo que si –exclamé luego de unos segundos en silencio -¿Qué es exactamente lo que debo hacer?
-Comportarte las cuarenta y ocho horas como un bebé y deja que yo te atienda.
-Y ¿eso implica todo? Es decir cambio de pañales ¿por ejemplo?
-Por supuesto, eso es esencial.
-Por eso te digo que es una locura, ¿entendes que yo estaría desnudo y que…
-Pero te estas equivocando, yo no te vería como un hombre sino como a un bebé, por lo tanto si va a haber un sentimiento es de ternura y no algo sexual.
-No sé, sé que te lo prometí pero esto…
-¡Por favor te lo pido! Por todos los años de amistad que tenemos, por favor –me tomó de las dos manos y me miró derecho a los ojos.
En ese momento no sé por qué, pero flaqueé, quizás fue por la belleza de su rostro, quizás por la ternura de su mirada o quizás porque internamente si estaba dispuesto a hacer lo que sea necesario por mi gran amiga.
-Si esto va quedar entre nosotros –dije -.Ahhhh… está bien, lo haré.
-¡¡¡Muchas gracias!!! -se me abalanzó y me abrazó y besó en la mejilla.
-Sí, sí, muchos besos pero todavía no me lo prometiste.
-Te lo prometo-hizo una cruz con sus dedos a la altura de la boca -.Nadie jamás va a saber nada de esto.
-Sé que me voy arrepentir, pero bueno empecemos, que tengo que hacer.
Ella sonrió pícaramente y me dijo como comenzar.
Lo primero y más difícil fue quedarme sin ropa frente a ella. Me coloqué una toalla para taparme.
-Bueno, ahora acóstate acá –me pidió con una sonrisa dulce e indicándome un cambiador de plástico sobre la cama.
Lo hice, me quitó la toalla (mientras yo miraba hacia otro lado avergonzado) me roció la cola con talco. Luego me levantó las piernas y acomodó un pañal por debajo. Llevó la parte delantera por encima de mi ombligo y le cerró con fuerza.
-Listo, ¿viste? No era tan complicado ¿Cómo te sentís?
-Extremadamente ridículo.
-Para mí estas tierno, de a poco te vas pareciendo a un bebé.
-¿De a poco?
-Todavía falta –me explicó y me tocó la punta de la nariz de forma juguetona -.Veni conmigo.
Empezó a caminar y la seguí, pero se detuvo, giró sobre sus talones y me miró.
-Así no camines, como bebe.
-¿Y cómo se supone que se hace?
-Gateando, ¿cómo va a ser?
-No estás hablando en serio, ¿verdad?
-¡Dale! Me dijiste que me ibas a ayudar.
-¡Ahh! No puedo creer esto –exclamé agarrándome la cabeza y aceptando seguirla como me pedía.
-Ahora sí, vamos bebito.
Continuamos hasta el cuarto que ella y Fernando, habían decorado para el niño y supuse que sería el mío por el fin de semana.
-¿Te gusta? – me preguntó.
-Sí, está bien.
Me miró con cierta mueca de molestia, no entendí porque hasta que se puso de cuclillas para quedar a mi altura y me miró directo a los ojos.
-Me parece que no estamos entendiendo.
-¡¿Qué?!
-Que los bebes no hablan.
-Algunos si lo…
Me cayó en un segundo poniéndome un chupete en la boca. Por auto reflejo casi lo escupo, pero enseguida recordé mi promesa y opté por seguirle el juego.
-Mejor, mucho mejor –volvió a sonreír con la dulzura de siempre -¿Vas captando lo que necesito? –me preguntó con seriedad, asentí con la cabeza.
Ahí me di cuenta, era difícil para los dos, pero ella estaba poniendo lo mejor de sí y quizás era momento de que también yo lo hiciera. Sería complicado pero decidí que haría mi mayor esfuerzo.
Entré a mi nueva habitación y comencé a jugar con cuanto juguete encontré. De reojo y con disimulo miré a Gisel que me observaba apoyada en la entrada con una amplia sonrisa, lo que me comprobó que mi nueva actitud la complacía y era lo que anhelaba.
Esta primera parte fue sencilla, lo complicado fue cuando, después de una hora, la llamada de la naturaleza se hizo presente. Intenté comunicarle a mi amiga la necesidad del ir al baño sin hablar.
-¿Qué pasa, bebito lindo? –me preguntó sentada en un sillón y yo a sus pies ¿Ah tienes ganas de hacer pipí? O ¿popo? Quizás las dos –entendió y esbozó una gran sonrisa –.No te preocupes bebito, para eso tienes el pañal, hace tranquilo que mami después te cambia –me acarició la cabeza.
No podía creerlo que oía, no quería volver a pasar por la situación de estar desnudo frente a ella, estaba dispuesto a protestar. Pero la vergüenza del momento sumado a la posición incómoda en la que estaba resulto un coctel fatal, ya que casi sin darme cuenta perdí control sobre mi esfínter y embarré todo mi pañal, estaba exhausto por lo sucedido y por ello también liberé todo lo acumulado en mi vejiga.
Gisel olió el mal olor en la habitación, dejó el libro que leía a un lado y miró dentro de mi pañal, y luego lo tocó en la entre pierna sintiéndolo húmedo.
-Te hiciste todo, bebito –exclamó feliz –No te preocupes mami te va a cambiar.
Estaba tan avergonzado y sucio que no puse las más mínima oposición. Gateando la seguí hasta un cambiador de plástico que colocó en el piso, me recosté boca arriba, esperé a ella haga todo el cambio. Puso mucha paciencia, ternura y dulzura a la hora de asearme con toallitas húmedas y demás. Luego ajustó un nuevo pañal previo rociada de talco.
Extrañamente pensé que al quedar desnudo frente a ella nuevamente moriría de la vergüenza, pero no fue así. Su ternura de madre hizo que me tranquilizara y hasta que disfrutara de los cuidados y mimos. Eso me dio una nueva confianza para continuar adelante con mi papel de bebé.
El día culminó con un baño en una tina de agua caliente repleta de juguetes, y una cena que consistió en papilla y una mamadera llena de leche tibia. Por último me arropó en una gran cuna y me beso en la frente. En plena madrugada sentí unas fuertes ganas de hacer pipí, recordé los enormes pañales que me vestían y sin ningún problema liberé mi vejiga, en esta ocasión disfruté sentir como el pañal se volvía pesado al tiempo que humedecía un poco mi colita, cuando todo había sido absorbido me acomodé y continúe durmiendo.
Cuando el sol se asomó Gisel ingresó a la habitación con una nueva mamadera me la entregó y muy a gusto comencé a beberla al tiempo que ella examinaba y descubría el pañal húmedo. Siempre con una sonrisa me limpió y cambió mientras yo continuaba con mi desayuno.
La jornada continuó con juguetes, cuentos y mimos de mi nueva “mami”.
Cuando la hora señalada para terminar con mi papel de bebe se acercaba. Gisel se recostó sobre la cama y yo me coloqué en su falda. En ese momento se quitó la blusa y se desprendió el corpiño, y me acercó a su pecho para amamantarme, si bien en un principio dude, al fin accedí. Y como estaba embarazada ya producía leche por ello, con cada succión entraba a mi estómago su leche. En un primer momento me pareció desagradable pero con sus caricias de por medio me fue agradando. Al terminar la leche de un pecho me posicionó de otra forma y continúe mi banquete en el otro.
Luego de un buen rato quedé exhausto y con la panza llena, lo que me provocó un sueño inmediato. Al despertar me encontré nuevamente con mi pañal húmedo y pesado, permanecí allí esperando el ansiado cambio, pero nunca sucedió. Gisel me explicó que ya se habían cumplidos las horas acordadas y que Fernando volvería pronto. Con cierta melancolía me asee en el baño, volví a mi ropa de adulto (lo que me provocaba un gran vacío) y me preparé para marcharme.
-Nunca me va a alcanzar la vida para agradecerte todo lo que hiciste por mí –exclamó mi amiga abrazándome.
-No necesitas hacer nada –respondí -.Espero que te haya servido.
-No te das una idea cuánto.

Terminada la charla me marché. Poco tiempo después Gisel y Fernando tuvieron un bebe hermoso, por supuesto que ella resultó ser una madre excelente: tierna, dulce, cariñosa. Tal como había sido conmigo cuando por dos días fui su bebé.


jueves, 18 de junio de 2015


Un nuevo cuento, esperamos sus comentarios y sugerencias.

La guardería

Felipe era una persona sumamente tímida y eso le había traído un sinfín de problemas en su vida. Uno de ellos el de jamás animarse a hablarle a las mujeres que le gustaban, simplemente no sabía cómo acercárseles.
Un caluroso miércoles de febrero, camino a su oficina, se cruzó con una hermosa jovencita que lo flechó inmediatamente. Sus clásicos nervios y el hecho de que iba acompañada de otra mujer, le impidieron que la más mini palabra salga de su boca. Aun así hizo lo más audaz de su vida, tomando cierta distancia y con la esperanza de que las mujeres dividan sus caminos, las siguió. Luego de unas cuatro cuadras de caminata, vio como las dos chicas ingresaban en una guardería y se figuró que allí trabajaban, después de todo vestían como maestras jardineras.
Más desilusionado que resignado volvió sobre sus pasos y se dirigió a su trabajo. Pero a la hora del almuerzo volvió a la guardería con la esperanza de encontrar a su amada. Pero no fue así, ni aquel día ni ninguno de los días sucesivos que probó lo mismo.
Un día cansado de sus nervios y miedos tomó el mayor de los corajes e ingresó al lugar decidido a hablarle, pero ni bien hizo esto una enorme mano lo detuvo.
-¿Si? –preguntó una mujer que se asemejaba a un oso apunto de atacar.
-Ah… yo… este –balbuceó Felipe.
-Seré clara porque solo lo diré una vez –explicó la mujer dándose cuenta que el hombre había entrado allí con intenciones distintas a las habituales de sus visitantes -. Aquí solo ingresan mujeres u hombres que traen a sus bebes ya sean sus hijos, nietos o sobrinos, nadie más.
-Es que… yo.
-¿Entendió? –inquirió con un tono que aterraba.
-Sí, señora –respondió con resignación.
-Eso espero, porque la política de aquí es de castigar a quienes vienen a molestar. ¡Ahora largo!
Felipe salió del lugar pero muy dentro de él se había despertado una fuerza de decisión que desconocía que tenía, por ello no se resignaría en su decisión.
Los días sucesivos trató de tomar los horarios de la enorme mujer, después de unos días de estudio sabía a qué hora no se encontraba dejando sola a su amada.
Un viernes creyendo que sabía todo lo que necesitaba, volvió a intentar su hazaña, al ingresar no vio a nadie, la guardería parecía estar vacía en el hall central. Probó suerte en otra sala, pero una situación ya conocida revivió, otra vez la mano lo tomó por la boca tapándosela con un pañuelo y haciéndolerespirar una aroma extraño que lo durmió en un instante.
Cuando despertó se sentía raro, tenía todo el cuerpo entumecido, tenía un poco de frio por eso se miró el cuerpo y vio que, salvó por un reluciente pañal y una guanteletes en las manos, estaba desnudo, abrazado a un osos de peluche y acostado sobre una cuna del tamaño de un adulto, pero sin duda era una cuna de bebe.
-¡¿Qué es todo esto?!
-Ah veo que ya despertó –exclamó la enorme mujer del recibidor.
-¡¿Qué está pasando aquí?!
-Le expliqué que aquí solo entran hombres y mujeres a traer a su bebes, como usted entró solo imaginé que usted mismo era el bebe y me encargué de vestirlo como tal.
-¡¡¡Es una locura!!!
-No, señor. Se lo advertí y no me hizo caso. Entró a la guardería sin permiso y le puse el pañal.
-De ningún modo me prestaré a esto.
Felipe intentó salir de la cuna pero su cuerpo le respondía lento, eso le dio tiempo a la cuidadora de tomar una tabla de madera y azotarlo varias veces en la cola. Cuando el pobre no pudo más del dolor volvió a sentarse en la cuna, estaba al borde del llanto, pero se resistió.
-Ahora le explicaré como funciona esto: por las próximas veinticuatros horas usted se comportara como un bebe o recibirá un castigo ejemplificador ¿Entendió?
-Sí –respondió intentando que el nudo en su garganta no sea obvio.
-Bien, ¡Devora! –llamó la oso-mujer.
En ese instante aquella encantadora jovencita que había deslumbrado a Felipe ingresó en la habitación. Éste se puso de rojo de vergüenza ¿Qué pensaría ella al verlo así? ¿Creería que estaba loco, que era un desquiciado? Todo ese miedo y vergüenza se manifestaron tan fuertes que le imposibilitaron controlar su vejiga, y en cuestión de segundos había mojado completamente todo el pañal. Las mujeres lo notaron debido a unas manchas amarillentas.
-Vaya parece que ya entendió, cámbialo ¿quieres? –exclamó la aterradora mujer.
Devora se acercó a la cuna, Felipe no podía mirarla siquiera, sabía bien que si había existido una remota posibilidad de salir con ella, en las condiciones actuales se habían esfumado. Sintió la presencia de la mujer cerca y levantó la vista, lo que encontró lo cautivo: era una mirada llena de amor y ternura similar a la de una madre.
-Ven, bebito –invitó la mujer bajando las rejas de la cuna.
Felipe la tomó de la mano y se dejó llevar hasta un cambiador en el suelo. Allí le quitaron la ropa sucia, lo higienizaron, le pusieron talco y un nuevo pañal limpio.
-¿Mejor, mi vida? –preguntó la maestra, a lo que el hombre respondió con un ligero movimiento de su cabeza -.Bien, ven conmigo.
Felipe comenzó a seguirla, pronto entendió que debía hacerlo gateando ya que la enorme mujer lo obligó a tirarse al piso. Aquella extraña situación lo superaba. Por un lado Devora lo había cautivado más que la primera vez, pero por otro lado era parte activa de toda aquella loca situación.
Ambos atravesaron una puerta y entraron a una nueva sala mucha más amplia que la anterior, había muchas otras personas: maestras jardineras por un lado y del otro lado adultos en la misma situación que Felipe, hombres y mujeres por igual, vistiendo pañales y comportándose como bebes.
Devora lo llevó hasta un corralito donde lo ayudó a entrar y donde había otras tres personas un varón y dos mujeres que enseguida se le acercaron para invitarlo a jugar aunque claro ninguno hablaba.
Felipe no sabía cómo actuar frente a tal situación, es por ello que pase a las invitaciones de los otros “bebes” se quedaba marginado de cualquier juego. Devora notó esto por ello entró al corralito, se sentó a su lado, tomó algunos juguetes y lo animó a jugar. Felipe dudó un par de veces pero pasado unos segundos ya era un bebe más divirtiéndose con su maestra preferida. En ocasiones caía en la cuenta de lo ridículo que era la situación y aún más lo ridículo que era su comportamiento, sin embargo la ternura y dulzura que Devora le transmitía hacía doblegar cualquier intentó de resistirse.
Entre juego y juego Felipe miraba a su alrededor y veía como se daban distintas situaciones, algunos bebes jugaban como él, otros dormían la siesta en enormes cunas, otros comían su papilla o bebían leche de la mamadera, y unos pocos esperaban para ser recostados en un enorme mueble cambiador, para que le coloquen un nuevo pañal. Recordó su propia experiencia de cambió de pañal y si bien parecía algo extraño, la hermosa maestra lo había convertido en un momento mágico. Sin siquiera acordarse de sus nervios o miedos, quiso revivir aquel instante. Por ello disimuladamente comenzó a hacer fuerza para mojar su pañal, pero la fuerza fue excesiva, no solo lo mojó sino que también lo embarró.
Mientras Felipe estaba rojo de la vergüenza, Devora olió al aire pasados de unos minutos. Observó al hombre con ternura maternal y luego miró dentro su pañal.
-Creo que hay un bebe sucio aquí –exclamó la mujer.
Los otros bebes del corralito reían mientras Devora se llevaba a Felipe de la mano. Para sorpresa de él no fueron al cambiador sino a una nueva habitación. Allí le quitó el pañal sucio, lo limpió con sumo cuidado con toallitas húmedas y una vez higienizado lo ayudó a ingresar a una bañera llena de agua y juguetes. Felipe no dudó un segundo se puso a jugar con ellos mientras la maestra la bañaba con amor. El mismo duró cerca de unos diez minutos, lo secó y le colocó un nuevo pañal y volvieron a la habitación grande.
En ella Devora tomó asiento sobre una manta con dibujos de Disney en el suelo, y atrajo a Felipe para que se recostara sobre su regazo. Una vez hecho esto le dio de beber una mamadera llena de leche, al tiempo que le cantaba una dulce canción de cuna. Estas dos cosas sumadas al cansancio del día hicieron que Felipe entrara en un profundo sueño.
Cuando despertó se hallaba acostado en una cuna, poco a poco su mente trajo al presente los últimos acontecimientos y se regocijó en cada nuevo recuerdo. Tocó su pañal y lo sintió húmedo y pesado. Jamás en su vida había siquiera imaginado que algo tan simple como aquello podía darle tanta felicidad.
Luego de un rato Devora apareció, siempre con su sonrisa radiante, tocó el pañal y al notarlo húmedo se predispuso a cambiarlo.
Cumplidas las veinticuatro horas la obesa mujer apareció de nuevo informándole a Felipe que ya podía retirarse su castigo había finalizado.
-Ja, castigo –exclamó para sus adentros –Si supieras cuanto lo disfrute.
El hombre tomó su ropa se vistió y lamentó que ya todo había terminado. Salió a la calle y el sol de la tarde lo encandiló por ello aguardó unos segundos, hasta que sus ojos se acostumbraran. Fue en ese tiempo que Devora salía de la guardería, había acabado su turno y volvía a su casa. Al ver al que fuera su bebe por un día sonrió con la misma ternura.
-No vuelvas a entrar sin autorización, a menos que te guste ser un bebe –bromeó tocándole la punta de la nariz.
-Y ¿si te dijera que me gusta? –lo dijo sin pensar, porque de seguro si lo hubiera hecho sus nervios se lo hubieran impedido.
-¿Te gusta?
-Sí, aunque no tanto como vos –permaneció en silencio unos segundos -.Pero jamás aceptarías tomar algo conmigo ¿verdad?
Devora lo miró, sin duda estaba sorprendida. Las últimas declaraciones habían sido muchas y muy seguidas. Pero al fin volvió a su típica sonrisa.
-¿Por qué no? –dijo al fin.
Tomó un papel y anotó allí su número de teléfono y selo entregó a Felipe.
-Llámame.
La mujer giró sobre sus talones y se marchó en compañía de la mirada expectante de Felipe.

Así los dos comenzaron una larga y duradera relación, ambos se complementaban y llevaban muy bien. Hacían, según declaraciones de sus amigos, una pareja perfecta. Pero de vez en cuando, en su intimidad, ambos necesitaban volver a aquello que los unió en un principio: Devora una dulce y maternal maestra jardinera y Felipe un tierno bebe que necesitaba que lo cuidara.


viernes, 12 de junio de 2015

Amigos aquí el nuevo cuento, un clásico de la literatura infantil con toques ABDL. Disfruten, lean y comenten.

La Babycenicienta.

Abigail y Dana eran dos hermanas que tenían todo cuanto querían. Su madre viuda, les daba todo lo que ellas quisieran y le prestaba toda la atención.
Sin embargo Nadina, la madre, conoció a un buen hombre y se casó con él, en muy poco tiempo tuvieron una bebé a la que llamaron Gala. Abigail y Dana se sentían desplazadas por el nuevo miembro de la familia.
Los años trascurrieron y Gala cumplió diez años, mientras que sus hermanas tenían diecisiete y dieciséis respectivamente. El rencor de las dos hermanastras era cada día mayor, todo el tiempo planeaban alguna forma de vengarse de la pequeña y dulce niña. Un fin de semana encontraron la gran oportunidad, sus padres saldrían de viaje y ellas quedarían a cargo.
Las malvadas adolecentes comenzaron a planear inmediatamente su venganza contra aquella a la que consideraban que le había arrebatado su lugar de privilegio.
-Hay que hacer algo, pero tiene que ser bien vergonzoso para ella –exclamó Abigail paseándose pensativa de un lado a otro dela habitación.
-Creo que ya lo sé, mamá la trata como un bebé, pues  bueno vamos a convertirla en uno –sugirió su hermana con una malvada sonrisa. Ambas rieron a carcajadas.
Durante las primeras horas las hermanastras se mostraron cariñosas y respetuosas con la pequeña Gala, haciendo que esta baje la guardia.
Ese mismo día a la tarde, mientras la pequeña dormía la siesta, sus hermanastras ingresaron a la habitación, tomaron la mano de la niña y la colocaron en un bol con agua tibia (era algo que habían visto en internet). Esperaron unos pocos minutos y finalmente sucedió lo que esperaban: la pequeña niña, sin despertarse comenzó a hacerse pipi. En cuestión de segundos su ropa interior, su pijama y las sabanas de la cama estaban completamente empapados.
La despertaron para hacerla ver lo que había sucedido, la niña que no se había percatado de que era un plan de sus hermanas comenzó a llorar pensado que se trataba de un accidente.
-¡Ho! mírenla a la pobrecita como llora –exclamó una.
-Pobre bebita – se burló la otra.
-Nosotras no vamos a lavar tus cochinadas.
-¡Fue un accidente, eso solo! –exclamó la pequeña Gala.
-No me quiero arriesgar –sentenció Abigail -.Esperamos afuera, sácate todo la ropa.
Las dos hermanas salieron, y la niña hizo lo que le ordenaron. Cuando terminó les avisó. Las dos volvieron a ingresar cargando un enorme paquete y con una malvada sonrisa en sus labios.
La hicieron recostarse sobre la cama, la higienizaron con toallitas húmedas, la rociaron con talco, y sin darle tiempo a que Gala reaccionara, le abrocharon un pañal de bebé ya que por su tamaño aun le quedaban.
-¿Qué… qué es esto? –preguntó avergonzada.
-Ya te dijimos, no vamos lavar tus cochinadas. Así que si te volves a hacer pis u otra cosa tenes el pañal.
-¡P… pero fue un accidente, no va a volver a pasar! –la niña ya lloraba por eso le pusieron un chupete en la boca.
-No queremos berrinches.
La terminaron de vestir poniéndole un vestido rosa corto muy infantil que no terminaba de cubrir el pañal  y la dejaron en la habitación sola.
-Comienza la segunda parte del plan –dijeron al unísono las malvadas hermanastras.
Cuando la pequeña Gala salió de su cuarto y se puso a ver televisión en el living (aun con pañal y chupete ya que no quería contradecir a sus hermanas), Abigail y Dana entraron a la habitación de la niña allí armaron la cuna que usaba de bebé.
Gala mientras seguía viendo las caricaturas sintió el llamado de la naturaleza y se dirigió a la baño, pero al llegar se encontró que la puerta estaba cerrada con llave, apresuradamente se dirigió al segundo pero estaba en las mismas condiciones. Desesperada intentó buscar a sus hermanas pero fue en vano, luego de da unos pocos pasos su vejiga liberó todo el pipí que tenía acumulado, volviendo amarillento su pañal de “Princesas” y más pesado.
-Miren a la bebita sigue haciéndose pipi encima –se burló una de sus hermanastras.
-Menos mal que le pusimos el pañal.
Las burlas y las humillaciones no se detuvieron allí. Sin cambiarle el pañal húmedo le dieron una mamadera llena de leche y se la hicieron tomar mientras en la televisión le hacían ver programas para bebés.
El almuerzo y la cena fue igual la sentaban en sillitas para bebés, le colocaban un babero y le hacían comer papilla. Sin saberlo dentro le colocaban diuréticos y laxantes para que la niña ensuciara el pañal
Y así la tenían largas horas con el pañal sucio, incluso lleno de popo. La pobre Gala les rogaba a sus hermanastras que acaben con todo pero estas no se apiadaban ni siquiera de las lágrimas, es más cuando la niña comenzaba a llorar, decían que así se parecía más aun bebé y le colocaban un chupete en la boca.
Pasaron dos días, tres días, cuatro días la pequeña ya casi no podía controlar su vejiga y su esfínter debido a tantos medicamentos y había llegado a un punto en que podía mojar o embarrar su pañal sin darse cuenta, y eso hizo que sus hermanastras lejos de apiadarse aumentaron con sus bulas y humillaciones.
Todos los días eran similares usaba pañal las 24 horas del día, le colocaban vestidos infantiles, la obligaban a usar chupete y a divertirse con juguetes de bebés dentro de un corralito. La comida consistía en papillas y mamaderas llenas de leche tibia. A la hora de dormir lo hacía en una cuna.  
La pobre Gala ya había llegado a un punto en que se había resignado y ya no se resistía a nada de lo que sus horribles hermanastras la obligaban a hacer y éstas estaban felices por ello porque pensaban que la pequeña había recibido el castigo que merecía.
Pero todo cambió cuando los padres regresaron de improvisto y sorprendieron a las malvadas hermanastras nalgueando a Gala que solo vestía un abultado pañal lleno de popo. Las dos intentaron justificarse pero les fue imposible.
El castigo que recibieron Abigail y Dana fue ejemplar, Gala debía seguir usando un pañal un tiempo más debido a que por los medicamentos había perdido la capacidad de controlar sus necesidades, así que en tanto tuviera que seguir con pañales sus hermanastras también lo harían, y así irían a todos los lugares, mientras que en la casa serían tratadas como bebes al igual que lo hicieron con la pequeña Gala.








miércoles, 27 de mayo de 2015


No seas machista

 

Mario era el típico chico machista, siempre consideraba que las mujeres estaban por debajo de los varones, y se encargaba de remarcarlo con cometarios o actitudes. Sus compañeras de la facultad ya estaban hartas de las diferencias que hacía.

Colmó el vaso cuando una compañera llevó su bebé a la universidad y el desubicado exclamó:

-¡Que bebé más feo! Se nota que salió a vos.

A partir de ese momento optaron por ignorarlo y no volver a dirigirle la palabra. Pero Felicia, la madre del bebé, pensaba que merecía un escarmiento peor, un escarmiento que le enseñara a respetar a los demás y por sobre todo un escarmiento que le enseñara a respetar a las mujeres. Meditó durante muchos días cual sería un castigo ejemplar. Una noche calmando a su bebé que no paraba de llorar, tuvo una idea que creyó genial, difícil de llevar cabo pero no imposible. Poco a poco fue resolviendo todos los inconvenientes que pensaba que podría llegar a tener, y cuando hubo terminado rio a carcajadas imaginando lo que le esperaba a Mario.

Se puso de acuerdo con sus amigas de la facultad y una noche a la salida pusieron en marcha el gran plan. Tomaron por sorpresa el insoportable joven, lo durmieron con cloroformo, lo subieron a un auto y se lo llevaron.

Cuando Mario despertó se encontraba atado de pies y manos en una habitación completamente oscura.

-¡¿Qué es esto?! –gritó intentando mostrar valentía pero el temor se notaba  en el timbre de su voz.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad divisó frente a él, unas cinco figuras aunque le resultaba imposible diferenciar si se trataba de hombres o mujeres.

-Comienza el proceso de reeducación –exclamó una de las sombras.

Dieron unos pasos hacia adelante, Mario sintió un gran temor por lo cual se le hizo imposible controlar su vejiga y como resultado mojó sus pantalones dejando además un pequeño charco amarillento a su lado.

-¿Ven? Les dije que era un bebé –se burló la misma persona que a esa altura se notaba por la voz que era una mujer.

Hizo una leve seña con su mano y dos se abalanzaron contra el joven y en un abrir y cerrar de ojos lequitaron toda la ropa y le colocaron un enorme pañal blanco. Risas al por mayor resonaron en la habitación mientras que el joven avergonzado y atemorizado empezó a llorar.

-¡Pobre bebé! –exclamó otra voz y le colocó un chupete en la boca.

Pero la humillación estaba lejos de terminar, mientras unas sombras le cambiaban el peinado a un estilo más femenino y como frutilla de postre le ponían una hebilla con forma de flor, otras le colocaban un poco de maquillaje en el rostro. Cuando finalizaron siguieron con el siguiente paso de su plan, le quitaron todo el bello del cuerpo con cera y fue entonces que procedieron a vestirlo. Le pusieron unas medias de mujer de color rosa.Luego, le acercaron la que sería su ropa, un infantil vestido del mismo color que las medias. Tenía muchos moños y voladitas en las mangas, en el cuello, y en la parte de la falda.

En cualquier otra situación Mario se hubiera resistido a algo tan humillante pero en este caso aún estaba intimidado y con miedo es por ello que no puso la menor resistencia cuando le colocaron el vestido. Las sombras se alejaron para ver su obra maestra. El chico estaba sentado en el piso con las piernas abiertas, debido a que no podíacerrarlas por el abultado pañal, éste sobresalía por debajo del vestido ya que no lo tapaba en su totalidad. La cara con un leve maquillaje, pelo peinado a manera femenina, era la viva imagen de una bebé.

Para muchos si se finalizaba allí el castigo era más que suficiente, sin embargo Felicia quería llegar hasta las últimas consecuencias fueran cual fueran. Le colocó una correa de perro y con una cadena lo llevaba de un lado a otro de la habitación como si se tratara de un perro, Mario estaba entregado no había nada a lo cual se resistiera, el miedo era mayor.

Las risas de los allí presente eran como taladros en la sien del joven, fue tanta la vergüenza que sintió que nuevamente no pudo controlarse y en esta vez lo que evacuó fue sus intestinos, llenando todo el pañal de abundante popo.

-Pero que bebé tan cochino –exclamó Felicia percatándose de lo que había sucedido y dándole palmadas en la parte trasera del pañal y aplastándole toda la caca en la cola.

La mujer lo hizo pararse y le dio una escoba.

-Se una buena niña, y barré –exigió.

Mario con todo el pañal cargado obedeció y se puso a barrer el suelo, así estuvo un buen rato mientras las sombras solo se limitaban a mirarlo, poco a poco la habitación se fue llenando del mal olor que salía del pañal.

-Muy bien ya vamos a sacarte ese pañal sucio. Di con voz de niña pequeña que te cambiemos.

-Por favor cámbienme el pañal –pidió imitando lo mejor que pudo la voz de una niña. Otra vez las risas.

Felicia lo guio con la correa. Lo recostó en un cambiador plástico. Le quitó el pañal, lo limpió, lo lavó, y volvió a ponerle otro pañal. Hecho esto lo llevó, nuevamente con la correa, hasta un sillón, ella se sentó y lo recostó sobre su regazó.

-Debes tener hambre de después de tanto trabajo, veni hermosa –mientras Felicia decía esto se desprendía el corpiño y le ofrecía el pecho.

Por primera vez Mario se negó y eso le costó caro ya que la mujer lo dio vuelta y empezó a nalguearlo con fuerza en la cola, así estuvo varios minutos, incluso las otras sombras se acercaron para darle golpes en la cola.

-Bebita mala –le decían.

Terminado el castigo Felicia volvió a ofrecerle el pecho, esta vez Mario no opuso resistencia y empezó a succionar del cual salió leche con un sabor rancio que le produjo asco, pero Felicia no dejaba que se alejara del pezón y lo obligaba a seguir bebiendo. Con el correr de los minutos el sabor comenzó a cambiar y si bien no era agradable tampoco le costaba tragarlo. Luego de unos minutos pasó al otro pecho y continuó igual.

Cuando terminó el almuerzo, la mujer lo volteó y le dio unos golpecitos en la espalda para que eructara. Por último, de la correa, lo llevó hasta una cuna enorme y allí lo hizo dormir, cosa que sucedió rápido debido al cansancio que Mario tenía.

Mientras descansaba las mujeres juntaron popo de perro y se lo colocaron dentro del pañal sin que el joven se percatara. Al despertar sintió el mal olor y la incomodidad, se puso a llorar sin poder controlarse mientras las mujeres reían a carcajadas.

-Pobrecita, se ha ensuciado de nuevo –decía una.

-Es una bebé muy sucia –exclamaba otra.

-Y muy llorona –finalizó Felicia mientras le colocaba el chupete en la boca.

Y las burlas continuaban, después de ello lo obligaron a jugar con juguetes de bebé un buen rato sin cambiarle el pañal. Cuando se sintieron satisfechas le colocaron un nuevo pañal limpio y volvieron a dormirlo con cloroformo. Lo subieron al auto y cuando ya estaba un poco más despierto, Felicia se le acercó al oído y exclamó:

-Respeta a las mujeres.

 Lo bajaron en la calle y se fueron. El pobre joven con pañal y un vestido rosa acuesta tuvo que caminar hasta llegar a su casa.

El castigo había terminado, desde aquel día Mario cambió rotundamente, siempre hablaba bien de las mujeres y de los bebes. Felicia y sus amigas quedaron muy satisfechas con la venganza y los resultados, mientras que el joven jamás se enteró de que habían sido sus compañeras de facultad las que lo habían convertido en una hermosa bebita.