jueves, 18 de junio de 2015


Un nuevo cuento, esperamos sus comentarios y sugerencias.

La guardería

Felipe era una persona sumamente tímida y eso le había traído un sinfín de problemas en su vida. Uno de ellos el de jamás animarse a hablarle a las mujeres que le gustaban, simplemente no sabía cómo acercárseles.
Un caluroso miércoles de febrero, camino a su oficina, se cruzó con una hermosa jovencita que lo flechó inmediatamente. Sus clásicos nervios y el hecho de que iba acompañada de otra mujer, le impidieron que la más mini palabra salga de su boca. Aun así hizo lo más audaz de su vida, tomando cierta distancia y con la esperanza de que las mujeres dividan sus caminos, las siguió. Luego de unas cuatro cuadras de caminata, vio como las dos chicas ingresaban en una guardería y se figuró que allí trabajaban, después de todo vestían como maestras jardineras.
Más desilusionado que resignado volvió sobre sus pasos y se dirigió a su trabajo. Pero a la hora del almuerzo volvió a la guardería con la esperanza de encontrar a su amada. Pero no fue así, ni aquel día ni ninguno de los días sucesivos que probó lo mismo.
Un día cansado de sus nervios y miedos tomó el mayor de los corajes e ingresó al lugar decidido a hablarle, pero ni bien hizo esto una enorme mano lo detuvo.
-¿Si? –preguntó una mujer que se asemejaba a un oso apunto de atacar.
-Ah… yo… este –balbuceó Felipe.
-Seré clara porque solo lo diré una vez –explicó la mujer dándose cuenta que el hombre había entrado allí con intenciones distintas a las habituales de sus visitantes -. Aquí solo ingresan mujeres u hombres que traen a sus bebes ya sean sus hijos, nietos o sobrinos, nadie más.
-Es que… yo.
-¿Entendió? –inquirió con un tono que aterraba.
-Sí, señora –respondió con resignación.
-Eso espero, porque la política de aquí es de castigar a quienes vienen a molestar. ¡Ahora largo!
Felipe salió del lugar pero muy dentro de él se había despertado una fuerza de decisión que desconocía que tenía, por ello no se resignaría en su decisión.
Los días sucesivos trató de tomar los horarios de la enorme mujer, después de unos días de estudio sabía a qué hora no se encontraba dejando sola a su amada.
Un viernes creyendo que sabía todo lo que necesitaba, volvió a intentar su hazaña, al ingresar no vio a nadie, la guardería parecía estar vacía en el hall central. Probó suerte en otra sala, pero una situación ya conocida revivió, otra vez la mano lo tomó por la boca tapándosela con un pañuelo y haciéndolerespirar una aroma extraño que lo durmió en un instante.
Cuando despertó se sentía raro, tenía todo el cuerpo entumecido, tenía un poco de frio por eso se miró el cuerpo y vio que, salvó por un reluciente pañal y una guanteletes en las manos, estaba desnudo, abrazado a un osos de peluche y acostado sobre una cuna del tamaño de un adulto, pero sin duda era una cuna de bebe.
-¡¿Qué es todo esto?!
-Ah veo que ya despertó –exclamó la enorme mujer del recibidor.
-¡¿Qué está pasando aquí?!
-Le expliqué que aquí solo entran hombres y mujeres a traer a su bebes, como usted entró solo imaginé que usted mismo era el bebe y me encargué de vestirlo como tal.
-¡¡¡Es una locura!!!
-No, señor. Se lo advertí y no me hizo caso. Entró a la guardería sin permiso y le puse el pañal.
-De ningún modo me prestaré a esto.
Felipe intentó salir de la cuna pero su cuerpo le respondía lento, eso le dio tiempo a la cuidadora de tomar una tabla de madera y azotarlo varias veces en la cola. Cuando el pobre no pudo más del dolor volvió a sentarse en la cuna, estaba al borde del llanto, pero se resistió.
-Ahora le explicaré como funciona esto: por las próximas veinticuatros horas usted se comportara como un bebe o recibirá un castigo ejemplificador ¿Entendió?
-Sí –respondió intentando que el nudo en su garganta no sea obvio.
-Bien, ¡Devora! –llamó la oso-mujer.
En ese instante aquella encantadora jovencita que había deslumbrado a Felipe ingresó en la habitación. Éste se puso de rojo de vergüenza ¿Qué pensaría ella al verlo así? ¿Creería que estaba loco, que era un desquiciado? Todo ese miedo y vergüenza se manifestaron tan fuertes que le imposibilitaron controlar su vejiga, y en cuestión de segundos había mojado completamente todo el pañal. Las mujeres lo notaron debido a unas manchas amarillentas.
-Vaya parece que ya entendió, cámbialo ¿quieres? –exclamó la aterradora mujer.
Devora se acercó a la cuna, Felipe no podía mirarla siquiera, sabía bien que si había existido una remota posibilidad de salir con ella, en las condiciones actuales se habían esfumado. Sintió la presencia de la mujer cerca y levantó la vista, lo que encontró lo cautivo: era una mirada llena de amor y ternura similar a la de una madre.
-Ven, bebito –invitó la mujer bajando las rejas de la cuna.
Felipe la tomó de la mano y se dejó llevar hasta un cambiador en el suelo. Allí le quitaron la ropa sucia, lo higienizaron, le pusieron talco y un nuevo pañal limpio.
-¿Mejor, mi vida? –preguntó la maestra, a lo que el hombre respondió con un ligero movimiento de su cabeza -.Bien, ven conmigo.
Felipe comenzó a seguirla, pronto entendió que debía hacerlo gateando ya que la enorme mujer lo obligó a tirarse al piso. Aquella extraña situación lo superaba. Por un lado Devora lo había cautivado más que la primera vez, pero por otro lado era parte activa de toda aquella loca situación.
Ambos atravesaron una puerta y entraron a una nueva sala mucha más amplia que la anterior, había muchas otras personas: maestras jardineras por un lado y del otro lado adultos en la misma situación que Felipe, hombres y mujeres por igual, vistiendo pañales y comportándose como bebes.
Devora lo llevó hasta un corralito donde lo ayudó a entrar y donde había otras tres personas un varón y dos mujeres que enseguida se le acercaron para invitarlo a jugar aunque claro ninguno hablaba.
Felipe no sabía cómo actuar frente a tal situación, es por ello que pase a las invitaciones de los otros “bebes” se quedaba marginado de cualquier juego. Devora notó esto por ello entró al corralito, se sentó a su lado, tomó algunos juguetes y lo animó a jugar. Felipe dudó un par de veces pero pasado unos segundos ya era un bebe más divirtiéndose con su maestra preferida. En ocasiones caía en la cuenta de lo ridículo que era la situación y aún más lo ridículo que era su comportamiento, sin embargo la ternura y dulzura que Devora le transmitía hacía doblegar cualquier intentó de resistirse.
Entre juego y juego Felipe miraba a su alrededor y veía como se daban distintas situaciones, algunos bebes jugaban como él, otros dormían la siesta en enormes cunas, otros comían su papilla o bebían leche de la mamadera, y unos pocos esperaban para ser recostados en un enorme mueble cambiador, para que le coloquen un nuevo pañal. Recordó su propia experiencia de cambió de pañal y si bien parecía algo extraño, la hermosa maestra lo había convertido en un momento mágico. Sin siquiera acordarse de sus nervios o miedos, quiso revivir aquel instante. Por ello disimuladamente comenzó a hacer fuerza para mojar su pañal, pero la fuerza fue excesiva, no solo lo mojó sino que también lo embarró.
Mientras Felipe estaba rojo de la vergüenza, Devora olió al aire pasados de unos minutos. Observó al hombre con ternura maternal y luego miró dentro su pañal.
-Creo que hay un bebe sucio aquí –exclamó la mujer.
Los otros bebes del corralito reían mientras Devora se llevaba a Felipe de la mano. Para sorpresa de él no fueron al cambiador sino a una nueva habitación. Allí le quitó el pañal sucio, lo limpió con sumo cuidado con toallitas húmedas y una vez higienizado lo ayudó a ingresar a una bañera llena de agua y juguetes. Felipe no dudó un segundo se puso a jugar con ellos mientras la maestra la bañaba con amor. El mismo duró cerca de unos diez minutos, lo secó y le colocó un nuevo pañal y volvieron a la habitación grande.
En ella Devora tomó asiento sobre una manta con dibujos de Disney en el suelo, y atrajo a Felipe para que se recostara sobre su regazo. Una vez hecho esto le dio de beber una mamadera llena de leche, al tiempo que le cantaba una dulce canción de cuna. Estas dos cosas sumadas al cansancio del día hicieron que Felipe entrara en un profundo sueño.
Cuando despertó se hallaba acostado en una cuna, poco a poco su mente trajo al presente los últimos acontecimientos y se regocijó en cada nuevo recuerdo. Tocó su pañal y lo sintió húmedo y pesado. Jamás en su vida había siquiera imaginado que algo tan simple como aquello podía darle tanta felicidad.
Luego de un rato Devora apareció, siempre con su sonrisa radiante, tocó el pañal y al notarlo húmedo se predispuso a cambiarlo.
Cumplidas las veinticuatro horas la obesa mujer apareció de nuevo informándole a Felipe que ya podía retirarse su castigo había finalizado.
-Ja, castigo –exclamó para sus adentros –Si supieras cuanto lo disfrute.
El hombre tomó su ropa se vistió y lamentó que ya todo había terminado. Salió a la calle y el sol de la tarde lo encandiló por ello aguardó unos segundos, hasta que sus ojos se acostumbraran. Fue en ese tiempo que Devora salía de la guardería, había acabado su turno y volvía a su casa. Al ver al que fuera su bebe por un día sonrió con la misma ternura.
-No vuelvas a entrar sin autorización, a menos que te guste ser un bebe –bromeó tocándole la punta de la nariz.
-Y ¿si te dijera que me gusta? –lo dijo sin pensar, porque de seguro si lo hubiera hecho sus nervios se lo hubieran impedido.
-¿Te gusta?
-Sí, aunque no tanto como vos –permaneció en silencio unos segundos -.Pero jamás aceptarías tomar algo conmigo ¿verdad?
Devora lo miró, sin duda estaba sorprendida. Las últimas declaraciones habían sido muchas y muy seguidas. Pero al fin volvió a su típica sonrisa.
-¿Por qué no? –dijo al fin.
Tomó un papel y anotó allí su número de teléfono y selo entregó a Felipe.
-Llámame.
La mujer giró sobre sus talones y se marchó en compañía de la mirada expectante de Felipe.

Así los dos comenzaron una larga y duradera relación, ambos se complementaban y llevaban muy bien. Hacían, según declaraciones de sus amigos, una pareja perfecta. Pero de vez en cuando, en su intimidad, ambos necesitaban volver a aquello que los unió en un principio: Devora una dulce y maternal maestra jardinera y Felipe un tierno bebe que necesitaba que lo cuidara.


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