Un episodio desafortunado
Esto que voy a contarles me sucedió hace ya un año. Como cualquier otro día
me dirigía a la escuela, intentando ponerle la mejor onda a la situación ya que
sabía que sería un día largo, puesto que después de clase, un grupo de amigas y
yo íbamos a ir a la casa de una de ellas para realizar un trabajo práctico que
debíamos entregar al día siguiente.
Como imaginaba el día se hizo interminable y finalmente tocó el timbre que
indicaba el fin de las clases. Salí junto a mis amigas y comenzamos a caminar
rumbo a la casa de Mariana donde nos juntaríamos.
En el trayecto me compré un alfajor para engañar el estómago y que no me
diera tanta hambre. El caso es que al parecer no estaba en muy buen estado y
comenzó a afectarme. Aún caminábamos cuando comencé a sentir unos dolorosos
cólicos en la panza. Se me hacía complicado seguirles el paso a mis amigas al
tiempo que la dolencia crecía, comencé a transpirar y ya se me hacía difícil
hasta caminar. Mis amigas, que notaban mi rara actitud, me preguntaron que me
sucedía pero yo les indicaba que todo estaba bien con algún gesto.
Tres cuadras antes de llegar a nuestro destino el dolor se volvió terrible
y ya no pude resistir más y una gran cantidad de popo salió de adentro mío. Me
quedé parada sin saber qué hacer, quieta, dura, inmóvil. Estaba roja de la
vergüenza y sin poder controlarlo también se me escapó el pis, que se manifestó
primero en un humedecimiento de mis muslos y pantorrillas y luego en un pequeño
charquito en el suelo entre mis piernas.
Mis amigas me miraban con los ojos desorbitados no pudiendo creer lo que
veían.
-Vero ¿te hiciste pis? –me preguntó Mariana aun desconcertada.
-Y caca también –admití al tiempo que asentía con la cabeza.
Lo que siguió fue desviarnos un poco del trayecto hasta encontrar un
descampado donde tiré mi bombacha (o bragas), no sin antes ver el lamentable
estado en que había quedado y continuamos el camino a la casa de mi amiga. Una
vez allí me permitió usar la ducha para que pudiera higienizarme bien.
Me quité el uniforme, que por suerte no se había ensuciado, lo acomodé
sobre el inodoro y me bañé. El agua caliente hizo que poco a poco me sintiera
mejor. Mientras purificaba mi cuerpo, oí un ruido pero no le di importancia.
Una vez limpia salí y me encontré que mi ropa no estaba. Me sequé con un
toallón y lo até a la altura de mi pecho para cubrirme. Abrí la puerta del baño
y asomé la cabeza un poco, vi el largo pasillo, que conectaba los distintos ambientes,
completamente vacío.
-¿Mariana? –pregunté no muy alto, al no hallar respuesta volví a llamarla.
-En mi habitación –me respondió al fin -.Entra.
Transité los cinco pasos que nos distanciaban e ingresé un poco avergonzada
ya que me hallaba sin ropa. Dentro se encontraban todas mis amigas que me
miraban de una forma rara, con cierta… ternura en sus ojos. Mariana se adelantó
me tomó por los hombre y dijo.
-Vero lo que pasó fue horrible, pero ya está. Prometemos que va a quedar
entre nosotras y nadie lo va a saber –sentí un gran alivio al oír eso. Miré a
mis otras amigas y mientras una formaba una cruz con sus dedos a la altura de
la boca las otras asentían con la cabeza -.Lo que hay que hacer ahora –continuó
Mariana –es hacer el trabajo y te necesitamos en óptimas condiciones así que
vístete y arranquemos.
-Sí –respondí con seguridad –sucede que no veo mi ropa.
-Esta sobre mi cama.
Miré y no vi nada tan solo el acolchado rosa que recubría todo y en medio
algo blanco, me acerqué más y vi que se trataba de un pañal desechable abierto.
-¿Q… qué es esto? –pregunté nerviosa.
-Lo que dijo Mariana, tenemos que hacer el trabajo y te necesitamos, no
podemos interrumpir cada vez que tengas que ir al baño porque no terminamos más
–explicó una de mis amigas.
-¡De ninguna manera voy a usar eso! –grité.
Pero todo fue en vano, me tumbaron sobre la cama y se las ingeniaron para
colocar el pañal debajo de mí, y mientras dos me sostenían de los brazos y una
de las piernas, Mariana me quitó al toallón y me puse el pañal bien ajustado.
Era un de bebes que supuse que había conseguido allí ya que la dueña de casa
tenía un hermano más chico.
La situación era horrible y en parte por los nervios y en parte porque mi
estómago aún no se mejoraba, volvieron los cólicos, pero esta vez con más
fuerza y sin poder siquiera poner mínima resistencia embarré totalmente el
pañal.
-Vero ¿te volviste a ensuciar? –preguntó una de mis amigas al oler al aire.
No respondí nada, estaba al punto del llanto, me dieron vuelta y una miró
por dentro del pañal.
-Sí, se volvió a ensuciar –exclamó al fin.
Me quitaron el pañal sucio, me limpiaron cuidadosamente con toallitas
húmedas, me pusieron talco y cerraron un pañal limpio. En este caso no hubo
necesidad de que nadie me sostuviera estaba entregada a la terrible situación.
-¿Mejor? –preguntó Mariana, a lo que solo pude responder con un leve
movimiento de mi cabeza ya que el nudo que se armó en mi garganta me impedía
hablar -.Ya está chiquita, no llores –me dijo -.Comencemos a trabajar.
Y así fue, me dieron mi uniforme el cual me coloqué y arrancamos el bendito
trabajo. Al principio me sentía incomoda, pero poco a poco volví a ser la de
siempre. Tomé las riendas del asunto como era mi costumbre y avanzamos
muchísimo, estaba tan compenetrada en lo que hacía que había olvidado todo el
vergonzoso asunto. Después de una hora y media de trabajo decidimos tomar un
descanso. Mariana se fue a la cocina a buscar café y galletitas, mientras yo,
sentada en el suelo, reposaba mi cabeza en su cama. Había olvidado por completo
todo, incluso que llevaba un pañal puesto y ninguna incomodidad me lo
recordaba.
Mi amiga regresó cargando una bandeja que llevaba cuatro tazas de café, un
plato con galletitas y en medio una mamadera y un babero. No tuve dudas que
estos últimos dos eran para mí, por ello me levanté indignada.
-¡Ni lo pienses! –exclamé -.Acepté esto porque lo necesitaba –levanté la
pollera del uniforme y señalé el pañal puesto -¡Pero esto ya es mucho!
-¿De verdad? –me respondió con tranquilidad depositando la bandeja sobre
una mesa ratona.
-¿De qué hablas?
-De eso –señaló mi pañal.
Miré entre mis piernas y por primera vez caí en la cuenta, el pañal estaba
pesado, húmedo y una pequeña mancha amarilla delataba que se me había escapado
el pis.
-Pero… cuándo… -solo atiné a balbucear.
-Lo noté hace unos minutos, cuando acordamos un descanso –me explicó al
tiempo que me recostaba sobre su cama.
Nuevamente como ya hiciera volvió a cambiarme el pañal, me limpió
tiernamente, me roció con talco y me colocó uno nuevo. Después tomó el babero,
me lo ató. Me recostó sobre su regazo y me dio a beber de la mamadera. La leche
tibia, el cansancio y la descompostura hicieron que de a poco me fuera
durmiendo, hasta caer en un profundo sueño.
Cuando desperté ya había caído la noche, consulté mi reloj eran las
diecinueve. Me hallaba sola en la habitación, me levanté de la cama y note algo
pesado entre mis piernas, miré y vi el pañal nuevamente sucio y mojado.
-¡Otra vez no! –exclamé al tiempo que tomaba mi cabeza.
En ese momento entró Mariana.
-Ah ya te despertaste, ¡qué bueno! Uhm ¿otra vez? –preguntó solo asentí con
la cabeza. –No te preocupes, ya te cambió, buscó las cosas necesarias mientras
yo me recostaba.
-¿Las chicas ya se fueron? –pregunté mientras me limpiaba la cola.
-Hace un rato, ya terminamos el trabajo –me puso talco.
-Mariana, espera, necesito pedirte un favor.
-¿Qué?
-¿Me prestas algo de tu ropa interior para volver a casa?, no quiero llegar
así.
-Vero, sabes que en otras circunstancias lo haría, pero todavía no estás
del todo bien –me cerró el pañal nuevo -.Vamos a hacer esto, te voy a dar un
pañal extra por si las dudas.
No muy convencida acepté su propuesta, lo guardé en mi mochila y regresé a
mi casa, intentando que el pañal no sobresalga por debajo de mi pollera. Al
llegar a mi casa lo primero que hice fue encerrarme en mi habitación y examinar
cómo estaba. Nada, limpio y seco. Estaba a punto de sacármelo y volver a mi
ropa interior normal, pero algo me lo impidió, es difícil de explicar, pero me
sentía cómoda con él, e imaginaba que si me lo quitaba me iba a sentir
desprotegida. Así que busqué entre mi ropa una pollera más larga que lo
disimulara y fui a la cocina a comer con mis padres.
Terminada la cena regresé a mi pieza para volver a revisar el pañal, seguía
igual, pero como había transpirado me lo quité y me puse el otro y así dormí
toda la noche, bien cómoda.
Al día siguiente cuando me levanté, volví a revisar mi pañal, de nuevo
nada, ya estaba curada. Al principio sentí alegría, pero después un poco de
tristeza, ya que al final había disfrutado sentir y que me traten como una
bebita.
Tal como lo hiciera el día anterior antes de dormir, decidí ir a la escuela
con el pañal puesto. Me aseguré que no se viera y me fui. En la escuela me
encontré con mis amigas, tal como lo habían prometido ninguna hizo mención del
episodio del día anterior, era como si no hubiera sucedido.
El día trascurrió normal, hasta que una fuerte ganas de hacer pis me
invadió, iba a pedir permiso para ir al baño ya que estábamos en clase, pero no
fue necesario. Sentada como estaba separé un poco las piernas y deje fluir
libremente todo el líquido. Miré disimuladamente temerosa de que algo si
hubiera escapado, pero no fue así, todo lo retuvo el pañal. Aquello me hizo
sentir tan bien, y reviví cada momento del día anterior, preguntándome cuando
volvería a ser la bebita de mis amigas.
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