Cuidado con lo
que deseas
A lo largo de
toda mi vida todo lo que tenía lo perdía. Perdí a mis padres, luego perdí mi
empleo y por último lo mejor que me había sucedido: Gabriela, mi gran amor. Un
día simplemente me dijo que yo no era lo tierno y dulce que buscaba en un
hombre y se fue. Así a los veinte años me quedé completamente solo y sin nada.
Varias veces
intenté que volviera conmigo, le juraba que había cambiado pero nunca me creyó.
Por amigos en común supe que unos meses más tarde conoció a otro hombre y luego
de un año de noviazgo se casaron. Pese a esto yo no me resignaba estaba
decidido a recuperarla, pero desde luego todos mis intentos fracasaban uno tras
otro.
Creyendo que
todo estaba perdido vagué por las calles sin ningún interés en la vida. Fue en
ese momento que me crucé con un extraño ser: era un hombre encorvado, con el
cabello largo y gris y un aspecto horrible. Me pidió unas monedas, pero me
negué puesto que casi no me quedaba dinero.
-Si me regalas
las monedas que te quedan puedo concederte el deseo que quieras –me dijo con
una voz carrasposa.
Lo miré
extrañado.
-¿De qué habla?
–exigí.
-Lo que te
dije, todas tus monedas a cambio de un deseo.
-Y ¿cómo sé que
no me quiere timar?
-Mis deseos
funcionan, siempre. Todos los que han deseado antes de que ti fueron felices.
¿Qué tenía que
perder? Si ya lo había perdido todo.
-De acuerdo
–acepté y le di el dinero.
-¿Cuál es tu
deseo? –jugueteó con las monedas.
-Hay una chica,
se llama Gabriela, era mi novia quiero que me vuelvas ante sus ojos lo más
tierno y dulce.
-¿Estás seguro
de que ese es tu deseo?
-Desde luego.
-Muy bien, será
como quieras. Mañana cuando te despiertes se habrá cumplido tu deseo.
Luego de eso me
fui a dormir sin mucha convicción de que realmente fuese a pasar algo. La noche
transcurrió con tranquilidad. Hasta que comencé a tener horribles pesadillas y
luego mucho frio.
Desperté,
intenté levantarme pero mi cuerpo no respondía a prácticamente ninguno de mis
órdenes de movimiento. Sentía aún frio y mal olor. Miré hacia los lados, estaba
en la calle, no sabía cómo había llegado allí pero así fue. Intenté gritar para
solicitar ayuda pero lo único que se hoyó fue fuerte llanto.
En ese momento
fue que oí una puerta que se abría y vi a mi gran amor Gabriela. Pero era
extraño la veía desde una perspectiva distinta, como si de repente se hubiera
vuelto un gigante, se agachó y me levantó.
-Ya, ya –me
dijo y me dio ligeros golpecitos en la espalda.
Intenté
hablarle, que me explicara que sucedía, pero de nuevo mi voz no se hizo
presente solo algunos sonidos guturales. Sentía que me cabeza estallaría, no
entendía nada.
-¿Qué sucede?
–preguntó Jorge el actual esposo de mi gran amor que se hizo presente en el
living de la casa.
-No lo sé, lo
encontré afuera –respondió ella.
Quise hablar de
nuevo, explicar que no sabía cómo había llegado hasta allí, pero de nuevo me
fue imposible.
-Hay que
llevarlo a la policía –sugirió el hombre, sentí temor de aquello, me iban a
encerrar en una prisión sin haber hecho nada.
-Tal vez, pero
antes habría que cambiarlo.
¿Cambiarme?
¿Por qué? Me llevó hasta una mesa y me recostó, me sorprendí de caber en ella.
-¿Quién se hizo
popo? –exclamó ella en forma juguetona y tierna -.Me parece que este bebito –me
besó en la barriga.
¿Bebito? ¿de
qué estaba hablando? Fue en ese momento que miré hacia el costado y vi mi
reflejo en un espejo cercano. Realmente había sucedido me había trasformado en
un bebé con todas las letras. Entré en desesperación quise hablar pero una vez
más lo único que se oyó de mi fue un llanto.
-Ya, ya –me
calmó Gabriela mientras yo veía como me limpiaba la colita, aparentemente el
mal olor que sentía provenía de mi- ¿Podrías ir a cómprame un paquete de pañales?
–pidió a su marido el cual accedió y salió de la casa.
A solas me tomó
en brazos, me acurrucó en su pecho, y mientras me mecía suavemente entonaba una
dulce melodía. Al mismo tiempo yo intentaba entender que sucedía como es que me
había trasformado de la noche a la mañana en un bebé.
-Eres la cosita
más dulce y tierna que existe -me acarició la cabeza con una enorme sonrisa.
Esas palabras
me hicieron reaccionar, el brujo realmente había cumplido mi deseo, lo había
cumplido pero no de la forma en que ya quería que fuese.
El esposo de
Gabriela regresó con el paquete de pañales y algunas otras cosillas. Ella
volvió a recostarme en la mesa, fue en esa segunda oportunidad que recaí en la
cuenta de que estaba completamente desnudo. Me colocó un pañal y luego un
enterito de color rojo con los dibujos de unos conejos. Torpemente comencé a
moverme, no sabía que los pañales podían ser algo tan incomodó, prácticamente
no podía cerrar las piernas.
Tenía que
encontrar una solución, de ninguna manera podría tolerar todo aquello durante
mucho tiempo. No toleraría estar como un bebé mucho tiempo más.
El día
prosiguió con continuas charlas entre Gabriela y Jorge debatiendo que harían
conmigo. Yo por mi parte intentaba descubrir una forma de volver a la
normalidad, cosa que no lograba descubrir. Lo que si descubrí es que no tenía
ningún control de mi vejiga y esfínter. Mientras meditaba fui descubriendo como
mi pañal se llenaba de pipi volviéndolo húmedo y pesado, intenté controlarlo,
detener el pipí pero como a casi el resto de mi cuerpo nada no obedecía a mis
órdenes.
La verdad
estaba muy incomodó, pero más incomodó me hacía sentir que Gabriela me cambiara
los pañales como si fuera un bebé, que me hablara como si fuera un bebé, en
definitiva que me tratara como un bebé, lo que en realidad era.
Intenté
aguatarme lo que más puede, pero finalmente también me hice popo y el mal olor
me delató. Mi gran amor lo notó, me dio unos golpecitos en la parte trasera del
pañal, al sentirlo pesado se dio cuenta de que lo había ensuciado.
Como siempre
con una gran sonrisa, volvió a cambiarme de pañal, el segundo cambio en mi
vida, y estaba seguro de que no sería el último a menos que encontrara una
solución.
Gabriela era
muy tierna y cálida conmigo, como lo sería una mamá. Por su parte Jorge apenas
si me miraba (cosa que no me importaba), pero me preguntaba como ella podía
estar con un tipo tan frio.
En mi nuevo
cuerpo me cansaba más rápidamente es por ello que Gabriela me recostó en su
cama y se colocó a mi lado, y acariciándome suavemente el pecho me hizo
dormirme. Luego al despertarme, y notar que nuevamente habían mojado y
embarrado mi pañal, me llevó al baño. Allí me limpió y luego me dio un baño
tibió. Una vez limpio me colocó un nuevo pañal y me dio de beber una mamadera
llena de leche.
A pesar de que
esto no era lo que había deseado compartir con ella todos estos momentos me
hacían muy feliz.
Luego de una
semana era casi un hecho de que me quedaría con Gabriela y su esposo.
Frecuentemente mi gran amor me llevaba a pasear en cochecito, yo aprovechaba
aquellos momentos para mirar de un lado a otro esperando encontrarme con el
brujo que me había hechizado, cosa que nunca sucedió.
En ese tiempo
también construyeron una habitación para mí y la llenaron de cosas: una cuna
donde dormía y sobre ella pendía un andador que lo ponían a funcionar para
hacerme dormir. Había un mueble cambiador y en los cajones abundaban ropa de
bebé: enteritos, mamelucos y demás cosillas.
Y por supuesto
que en la habitación rebosaban las cremas, el talco y los pañales. Pañales a
los que no podía acostumbrarme a pesar de usar un promedio de siete por día. Ni
a eso me acostumbraba, ni a que Gabriela me viera solamente como un tierno
bebito, a pesar de que me demostraba mucho cariño no era el que deseaba.
Hasta que
finalmente un día no podía dormirme, con dificultad me bajé de la cuna y
gateando (por que no podía caminar) fui hasta la habitación de mi gran amor.
Cuando entré la vi a ella acostada junto a su marido, se acariciaban y se
decían cosas mi bellas en cuanto a los sentimientos que se tenían el uno por el
otro.
Fue allí cuando
lo entendí por fin. No importaba cuanto hiciera, ella jamás regresaría
conmigo porque amaba a su marido.
Sentí una gran
pena.
-Pero aún queda
algo –me dije a mi mismo.
En seguida sacudí
la cabeza para quitarme esa idea tonta, pero no se iba y cada vez eras más
fuerte.
-Y ¿si me
quedara como bebé? –me pregunté.
Así podría
estar al lado de Gabriela para siempre, no de la forma en que deseaba, pero era
mejor que nada. Después de todo no tenía nada bueno en mi anterior vida, podía
empezar una nueva vida con Gabriela a mi lado, era perfecto, lo único que tenía
que hacer era aguantar los pañales.
Regresé a mi
cuarto. Intenté subir a la cuna pero se me hizo imposible. Grité por ayuda lo
cual se manifestó en un fuerte llanto que hizo que Gabriela fuera a verme. Al
llegarme me vio, me alzó y comenzó a mecerme.
-Ya, ya bebito,
hermoso –exclamó.
Me colocó un
chupete en la boca, me recostó dentro de la cuna otra vez, me alcanzó un oso de
peluche y entonó una dulce canción para que me duerma. Antes de hacerlo me
convencí de que pese a todo (la incomodidad de los pañales, a ser un bebé y
demás cosas) me iba a quedar así, por ella.
Esa es mi gran
historia, jamás volví a la normalidad, mi gran amor se convirtió en mi nueva
mami, yo me quedé como el más dulce y tierno bebé.