miércoles, 25 de marzo de 2015


Cuidado con lo que deseas

 

A lo largo de toda mi vida todo lo que tenía lo perdía. Perdí a mis padres, luego perdí mi empleo y por último lo mejor que me había sucedido: Gabriela, mi gran amor. Un día simplemente me dijo que yo no era lo tierno y dulce que buscaba en un hombre y se fue. Así a los veinte años me quedé completamente solo y sin nada.

Varias veces intenté que volviera conmigo, le juraba que había cambiado pero nunca me creyó. Por amigos en común supe que unos meses más tarde conoció a otro hombre y luego de un año de noviazgo se casaron. Pese a esto yo no me resignaba estaba decidido a recuperarla, pero desde luego todos mis intentos fracasaban uno tras otro.

Creyendo que todo estaba perdido vagué por las calles sin ningún interés en la vida. Fue en ese momento que me crucé con un extraño ser: era un hombre encorvado, con el cabello largo y gris y un aspecto horrible. Me pidió unas monedas, pero me negué puesto que casi no me quedaba dinero.

-Si me regalas las monedas que te quedan puedo concederte el deseo que quieras –me dijo con una voz carrasposa.

Lo miré extrañado.

-¿De qué habla? –exigí.

-Lo que te dije, todas tus monedas a cambio de un deseo.

-Y ¿cómo sé que no me quiere timar?

-Mis deseos funcionan, siempre. Todos los que han deseado antes de que ti fueron felices.

¿Qué tenía que perder? Si ya lo había perdido todo.

-De acuerdo –acepté y le di el dinero.

-¿Cuál es tu deseo? –jugueteó con las monedas.

-Hay una chica, se llama Gabriela, era mi novia quiero que me vuelvas ante sus ojos lo más tierno y dulce.

-¿Estás seguro de  que ese es tu deseo?

-Desde luego.

-Muy bien, será como quieras. Mañana cuando te despiertes se habrá cumplido tu deseo.

Luego de eso me fui a dormir sin mucha convicción de que realmente fuese a pasar algo. La noche transcurrió con tranquilidad. Hasta que comencé a tener horribles pesadillas y luego mucho frio.

Desperté, intenté levantarme pero mi cuerpo no respondía a prácticamente ninguno de mis órdenes de movimiento. Sentía aún frio y mal olor. Miré hacia los lados, estaba en la calle, no sabía cómo había llegado allí pero así fue. Intenté gritar para solicitar ayuda pero lo único que se hoyó fue fuerte llanto.

En ese momento fue que oí una puerta que se abría y vi a mi gran amor Gabriela. Pero era extraño la veía desde una perspectiva distinta, como si de repente se hubiera vuelto un gigante, se agachó y me levantó.

-Ya, ya –me dijo y me dio ligeros golpecitos en la espalda.

Intenté hablarle, que me explicara que sucedía, pero de nuevo mi voz no se hizo presente solo algunos sonidos guturales. Sentía que me cabeza estallaría, no entendía nada.

-¿Qué sucede? –preguntó Jorge el actual esposo de mi gran amor que se hizo presente en el living de la casa.

-No lo sé, lo encontré afuera –respondió ella.

Quise hablar de nuevo, explicar que no sabía cómo había llegado hasta allí, pero de nuevo me fue imposible.

-Hay que llevarlo a la policía –sugirió el hombre, sentí temor de aquello, me iban a encerrar en una prisión sin haber hecho nada.

-Tal vez, pero antes habría que cambiarlo.

¿Cambiarme? ¿Por qué? Me llevó hasta una mesa y me recostó, me sorprendí de caber en ella.

-¿Quién se hizo popo? –exclamó ella en forma juguetona y tierna -.Me parece que este bebito –me besó en la barriga.

¿Bebito? ¿de qué estaba hablando? Fue en ese momento que miré hacia el costado y vi mi reflejo en un espejo cercano. Realmente había sucedido me había trasformado en un bebé con todas las letras. Entré en desesperación quise hablar pero una vez más lo único que se oyó de mi fue un llanto.

-Ya, ya –me calmó Gabriela mientras yo veía como me limpiaba la colita, aparentemente el mal olor que sentía provenía de mi- ¿Podrías ir a cómprame un paquete de pañales? –pidió a su marido el cual accedió y salió de la casa.

A solas me tomó en brazos, me acurrucó en su pecho, y mientras me mecía suavemente entonaba una dulce melodía. Al mismo tiempo yo intentaba entender que sucedía como es que me había trasformado de la noche a la mañana en un bebé.

-Eres la cosita más dulce y tierna que existe -me acarició la cabeza con una enorme sonrisa.

Esas palabras me hicieron reaccionar, el brujo realmente había cumplido mi deseo, lo había cumplido pero no de la forma en que ya quería que fuese.

El esposo de Gabriela regresó con el paquete de pañales y algunas otras cosillas. Ella volvió a recostarme en la mesa, fue en esa segunda oportunidad que recaí en la cuenta de que estaba completamente desnudo. Me colocó un pañal y luego un enterito de color rojo con los dibujos de unos conejos. Torpemente comencé a moverme, no sabía que los pañales podían ser algo tan incomodó, prácticamente no podía cerrar las piernas.

Tenía que encontrar una solución, de ninguna manera podría tolerar todo aquello durante mucho tiempo. No toleraría estar como un bebé mucho tiempo más.

El día prosiguió con continuas charlas entre Gabriela y Jorge debatiendo que harían conmigo. Yo por mi parte intentaba descubrir una forma de volver a la normalidad, cosa que no lograba descubrir. Lo que si descubrí es que no tenía ningún control de mi vejiga y esfínter. Mientras meditaba fui descubriendo como mi pañal se llenaba de pipi volviéndolo húmedo y pesado, intenté controlarlo, detener el pipí pero como a casi el resto de mi cuerpo nada no obedecía a mis órdenes.

La verdad estaba muy incomodó, pero más incomodó me hacía sentir que Gabriela me cambiara los pañales como si fuera un bebé, que me hablara como si fuera un bebé, en definitiva que me tratara como un bebé, lo que en realidad era.

Intenté aguatarme lo que más puede, pero finalmente también me hice popo y el mal olor me delató. Mi gran amor lo notó, me dio unos golpecitos en la parte trasera del pañal, al sentirlo pesado se dio cuenta de que lo había ensuciado.

Como siempre con una gran sonrisa, volvió a cambiarme de pañal, el segundo cambio en mi vida, y estaba seguro de que no sería el último a menos que encontrara una solución.

Gabriela era muy tierna y cálida conmigo, como lo sería una mamá. Por su parte Jorge apenas si me miraba (cosa que no me importaba), pero me preguntaba como ella podía estar con un tipo tan frio.

En mi nuevo cuerpo me cansaba más rápidamente es por ello que Gabriela me recostó en su cama y se colocó a mi lado, y acariciándome suavemente el pecho me hizo dormirme. Luego al despertarme, y notar que nuevamente habían mojado y embarrado mi pañal, me llevó al baño. Allí me limpió y luego me dio un baño tibió. Una vez limpio me colocó un nuevo pañal y me dio de beber una mamadera llena de leche.

A pesar de que esto no era lo que había deseado compartir con ella todos estos momentos me hacían muy feliz.

Luego de una semana era casi un hecho de que me quedaría con Gabriela y su esposo. Frecuentemente mi gran amor me llevaba a pasear en cochecito, yo aprovechaba aquellos momentos para mirar de un lado a otro esperando encontrarme con el brujo que me había hechizado, cosa que nunca sucedió.

En ese tiempo también construyeron una habitación para mí y la llenaron de cosas: una cuna donde dormía y sobre ella pendía un andador que lo ponían a funcionar para hacerme dormir. Había un mueble cambiador y en los cajones abundaban ropa de bebé: enteritos, mamelucos y demás cosillas.

Y por supuesto que en la habitación rebosaban las cremas, el talco y los pañales. Pañales a los que no podía acostumbrarme a pesar de usar un promedio de siete por día. Ni a eso me acostumbraba, ni a que Gabriela me viera solamente como un tierno bebito, a pesar de que me demostraba mucho cariño no era el que deseaba.

Hasta que finalmente un día no podía dormirme, con dificultad me bajé de la cuna y gateando (por que no podía caminar) fui hasta la habitación de mi gran amor. Cuando entré la vi a ella acostada junto a su marido, se acariciaban y se decían cosas mi bellas en cuanto a los sentimientos que se tenían el uno por el otro.

Fue allí cuando lo entendí por fin. No importaba cuanto hiciera, ella jamás regresaría conmigo  porque amaba a su marido.

Sentí una gran pena.

-Pero aún queda algo –me dije a mi mismo.

En seguida sacudí la cabeza para quitarme esa idea tonta, pero no se iba y cada vez eras más fuerte.

-Y ¿si me quedara como bebé? –me pregunté.

Así podría estar al lado de Gabriela para siempre, no de la forma en que deseaba, pero era mejor que nada. Después de todo no tenía nada bueno en mi anterior vida, podía empezar una nueva vida con Gabriela a mi lado, era perfecto, lo único que tenía que hacer era aguantar los pañales.

Regresé a mi cuarto. Intenté subir a la cuna pero se me hizo imposible. Grité por ayuda lo cual se manifestó en un fuerte llanto que hizo que Gabriela fuera a verme. Al llegarme me vio, me alzó y comenzó a mecerme.

-Ya, ya bebito, hermoso –exclamó.

Me colocó un chupete en la boca, me recostó dentro de la cuna otra vez, me alcanzó un oso de peluche y entonó una dulce canción para que me duerma. Antes de hacerlo me convencí de que pese a todo (la incomodidad de los pañales, a ser un bebé y demás cosas) me iba a quedar así, por ella.

Esa es mi gran historia, jamás volví a la normalidad, mi gran amor se convirtió en mi nueva mami, yo me quedé como el más dulce y tierno bebé.

domingo, 15 de marzo de 2015

Este es un capítulo del libro "El instituto AB" el cual pueden adquirir visitando nuestra pagina de Facebook: https://www.facebook.com/cuentosabdl, esperamos les guste.


Capítulo 12

 

LARA… UN BEBÉ

 

Me desperté a medianoche, me moví un poco en la cuna y sentí el pañal más incomodó de lo habitual, en seguida me di cuenta de que lo había embarrado otra vez sin percatarme. Era realmente incomodó sentir como el popo se aplastaba y se desparramaba más y más con cada movimiento mío. Aun así me resistí de fingir un llanto para que me cambiaran.

Miré a un lado y vi a Lara durmiendo a en la cuna contigua. Estaba volteada hacia mi lado. Dormía plácidamente con su chupete en la boca y abrazada a un oso de peluche.

Hacía días que la veía distinta, estaba actuando como un… bebé. Imaginé que su tratamiento estaba llegando a su fin.

Volteé, y me quedé mirando hacia arriba y otra vez sentí la incomodidad del popo desparramándose por mi cola y el pañal. Pese al malestar permanecí así un largo rato observando hacia el techo. No tenía pensado quedarme sucia, pero en algún momento el sueño regresó a mí y me quedé dormida.

Como siempre volvía despertarme cuando el sol ya había salido. Sentí un poco de ardor en mi cola, allí recordé que durante la noche me había hecho popo y no había pedido un cambio de pañales. Mira a un lado y a otro, muchas “mamis” ya atendían a sus “bebés” pero no veía la mía y ya no aguantaba más el pañal en aquel estado. Así que me puse a llorar fuerte como me habían enseñado a hacer cuando quería algo.

Mónica apareció en pocos segundos.

-¿Qué pasa bebita? –me preguntó al tiempo que me acariciaba la cabeza.

Al ver que no me calmaba me examinó la entre pierna y luego miró el pañal por detrás

-Creo que esta bebé, ya necesita un cambio.

Me levantó y me colocó sobre el mueble cambiador desplegó el pañal y vio el amontonamiento de popo de la noche. Con amor tomó toallitas húmedas y me limpió con cuidado, luego me untó crema para las paspaduras y me ajustó un nuevo pañal. Mientras ella hacia esto yo me entretenía chupándome el dedo gordo, no intentaba darle el gusto a nadie, solo era un auto reflejo que encontraba placentero.

Al tiempo que esto transcurría miré hacia un lado, y vi como vestían a Lara. Le habían colocado un bello vestido rosa con voladitos en el cuello y las mangas, y que dejaba al descubierto su pañal. Medias de color similar y nos zapatos rojos. Mientras le cepillaban y desenredaban su corto cabello, ella jugueteaba con su chupete en la boca.

En ese momento Mónica me alzó y llevó a la habitación contigua, era hora de mi leche. Succionando ese néctar dulce y refrescante perdí la noción del tiempo.

Cuando terminé, Mónica volvió a tomarme en brazos y me trasladó hasta el lugar donde estaban todos los bebés. Me sentó dentro de un corralito para que jugara con los otros niños.

Algunos bebés me tiraban una pelota en forma de invitación a jugar pero yo tenía puesta mi atención en una escena que no ocurría muy lejos de donde estaba. Una mujer y un hombre de unos cuarenta años cada uno, jugueteaban con Lara que estaba sentada en un cochecito a su medida. La niña respondía con sonrisas y risas. La mujer la alzó por encima de su cabeza y la movió en forma divertida. La doctora Morrigan se acercó para hablar con ellos. Después de intercambiar pocas palabras, volvieron a colocar a Lara en el cochecito y se trasladaron hacia la puerta.

Al pasar a mi lado y ver que no dejaba de observarlos, la mujer se me acercó y me acarició la cara.

-Qué bonita bebé –exclamó.

-No lo es aún, pero lo será pronto –dijo la doctora Morrigan unos pasos más atrás y sonriendo con desprecio como acostumbraba a hacer.

Los tres continuaron el camino junto a Lara. Entonces lo comprendí, ella se había convertido en un bebé como pronto me pasaría a mí.